Cinco días, catorce semanas, nueve meses

César Nombela, Catedrático de la Universidad Complutense. Publicado en ABC.
La reflexión del ser humano sobre su propia realidad ha sido una constante a lo largo de la Historia. Las grandes figuras del pensamiento han ido sembrando la trayectoria de la Humanidad de una estela de aportaciones, sobre la vida y la existencia del ser humano, muchas de las cuales jalonan de momentos brillantes el recorrido de nuestra especie por este planeta. Así se ha ido configurando nuestra comprensión de lo que significa pertenecer a la única especie biológica dotada para la reflexión, la única capaz de un comportamiento ético, porque puede elegir entre opciones alternativas anticipando las consecuencias de sus actos. Trasladar esta percepción a un ámbito de valores, que reconoce los derechos de todo individuo de la especie humana, por el hecho de serlo, es en lo que consiste la civilización.

Siglos de reflexión filosófica han alimentado debates, incluso controversias enconadas, sobre el inicio de la existencia de cada ser humano. Desde una visión aristotélica, tan dominante durante mucho tiempo, se hizo inevitable fundamentar nuestra propia naturaleza biológica para transitar a otros ámbitos del pensamiento en los que apoyar el valor de la vida humana. La dignidad es un atributo que expresa esa valoración de la que es acreedor cada ser humano. Incluso quienes entienden que el concepto de dignidad humana resulta impreciso se esfuerzan en concretar lo que supone la autonomía de todo ser humano, siempre un fin en sí mismo, que no puede ser instrumentalizado exclusivamente como medio (Kant). Pero es en los últimos meandros del recorrido histórico cuando la Ciencia sale al paso de la reflexión filosófica para objetivar cuestiones esenciales sobre el inicio y desarrollo de nuestra peripecia vital. La dignidad humana no es parcelable, no puede estar sujeta a una gradación ni a condicionantes temporales. Durante mucho tiempo, el conocimiento de cómo tiene lugar el inicio de la vida de cada individuo no era evidente como lo es hoy, gracias a las respuestas que la Ciencia biológica nos ofrece a preguntas que antaño no podían ser respondidas sino desde la intuición.

Cada ser humano es único e irrepetible desde su propio sustrato biológico. Toda vida humana comienza con la fecundación de los gametos, el materno y el paterno, que origina un cigoto con la dotación genética propia de cada individuo. El cigoto es una célula altamente organizada, configurada desde el primer momento con asimetrías y gradientes. La prestigiosa revista Nature, hace pocos años, analizaba los resultados científicos que la Biología del desarrollo aporta sobre el inicio de la vida de los mamíferos. «Tu destino desde el primer día» era el título del comentario referente a los hallazgos sobre los ejes que definirán el cuerpo, que se comienzan a organizar desde la primera división celular. Guardamos memoria física de nuestro primer día de vida como cigotos. El cigoto es una entidad biológica nueva, evidentemente distinta de los gametos, que no existiría sin la fecundación y que supone el inicio de la vida de cada individuo de la especie. A partir de la concepción -lo que marca el antes y el después- el cigoto evoluciona y se desarrolla en dependencia del medio que le da sustento y soporte, el cuerpo de su madre.

La comunicación con la madre se produce desde el primer día, mediante señales a las que el cuerpo de la madre responde aportando las condiciones para el desarrollo. El día 5 el embrión ya es blastocisto, gracias a su desarrollo a través de la trompas de Falopio. Destaca la comunicación hormonal: el embrión blastocisto (5 días) produce gonadotropina coriónica, con la que alerta a la madre para la preparación del endometrio que permitirá la anidación. El día 16 comienza el desarrollo de las células nerviosas, los vasos, la sangre, y el esbozo de corazón. Se inicia pronto la circulación de la sangre embrionaria (día 20), habrá un esbozo de sistema nervioso (día 22) y se producirá el primer latido (día 21-22). En la cuarta semana será ya reconocido como embrión de mamífero, y de la sexta a la octava semana se producirá la transición de embrión a feto.

Hay un telos, una finalidad inscrita en la propia naturaleza del cigoto, establecida por su propio programa de desarrollo. Las distintas etapas de este desarrollo supondrán la emergencia de propiedades nuevas; el cigoto llegará a ser un embrión, y el embrión un feto que al completarse la gestación dará lugar a un neonato. Nace el ser humano tras nueve meses de gestación, pero se mantiene durante mucho tiempo en situación de dependencia absoluta, aunque distinta de la propia del período anterior. Su madurez tardará en llegar, de hecho se irá completando a lo largo de toda la vida hasta la muerte natural.

Quienes afirman que no es lo mismo un embrión que un feto, ni un feto que un ser humano maduro, formulan una obviedad. No son entidades físicamente idénticas, como tampoco somos idénticos -psicológica o incluso físicamente- en distintas etapas de nuestra vida, pero eso no puede utilizarse para rebajar los derechos o la dignidad de la vida humana. No puede hacerse en ningún caso en nombre de la Ciencia. Los hechos científicos no aportan valoraciones éticas a modo de demostraciones matemáticas, pero la verdad científica debe permanecer como referencia en toda su integridad, cuando en su nombre se efectúan juicios de valor. Las evidencias científicas sobre el cambio global o el deterioro de la naturaleza no dictan, como tales, una forma de comportamiento, pero no se pueden negar ni relativizar para justificar o no determinados comportamientos.

La vida humana es un proceso continuo, desde la concepción hasta la muerte. Limitar el derecho a vivir a haber superado catorce semanas de desarrollo fetal carece de justificación; ¿por qué no ocho o dieciséis? La evidencia científica también puede fundamentar el imprescindible salto a unos valores, en los que la consideración de los derechos de todos, la igualdad de todos los seres humanos desde el inicio de su existencia, cobra un sentido completo. El aborto provocado supone dar fin a una vida humana, causando farmacológica o mecánicamente la muerte del feto, además de interrumpir el proceso de comunicación feto-madre. Muchos se podrán resistir a darle valor a esta etapa del desarrollo humano, justificando una libertad total para acabar con ella. Otros llamamos la atención de la sociedad sobre lo importante que es la defensa de la vida del ser humano en todas sus etapas. ¿Pueden los datos de la Ciencia tomarse como base de una actitud neutral? A mi juicio, la respuesta es no.

Eres estrella


No recuerdo si plácidas eran las horas, o el cansancio hacía sombra a la energía de un camino que se prolongaba en el tiempo. Sin embargo, en este tenue recuerdo de detalles, si pude fijar en mi mente lo que ella nos iba escribiendo desde el cielo. Quiso el pasado año asomarse al balcón de la aventura y apresurarse a querer peregrinar con la Virgen de la Bella.
Pero su Santo Hijo, tenía otros planes para el venidero año de 2010; al ver en los ojos de aquella mujer tanta ternura contenida en su espacio, hizo su peregrinar desde el cielo. Desde un balcón escondido y remoto tras la cortina de la humildad, pero nunca perdiendo detalle. Al fin y al cabo, hablamos de Natividad Bohórquez: bondad y humildad. Y en los anales del tiempo se escribió. Porque escrito estaba que su hija, Cristina, hiciera el gran esfuerzo de dedicar sus pasos a la Bella, en nombre de su madre.

Caía el día, y se presentaba una noche repleta de emociones, pues de emoción se edifican estos actos tan especiales para una comunidad como es Lepe. Balcones engalanados, calles inmersas en la religiosidad popular con portales hermosos mostrando sus mejores galas, y un sin fin de caminantes que se dirigían, tras el racheo de La Virgen de la Bella, hacia el destino aldeano de su Ermita. Todo era multitudinario y devocional. Se sentía una atmósfera cargada de oraciones, promesas y agradecimientos para la Patrona de Lepe. “Viva la Virgen de la Bella, viva su Santísimo Hijo, viva la Patrona de Lepe, Bella, Bella, Bella, Viva la Virgen de la Bella”
Y en este tumulto de personas que dependían esa noche de una petición, Cristina, soñaba con otras pretensiones. Una particular mirada en su rostro que dibujaba en el aire un hermoso sueño. Miraba mucho al cielo, y a veces, pensativa, fijaba sus ojos en alguna estrella. Ella buscaba; no eran ojos que dirigía sin rumbo. Sabía muy bien lo que hacía. Y ello me hizo recordar aún más a mi tía Natividad, porque verla a ella, era ver a mi tía.

Las farolas se agotaban, y entre el cansancio y el frío, decidimos adelantarnos al Sagrado lugar de la Virgen en su Aldea. Ya en el íntimo descanso por haber llegado, hice acopio de un relajante masaje de pies para aliviar algunos dolores articulares causados por el incesante peregrinaje desde Lepe.

Y en el inciso marcado por el descanso, tuve la gran suerte de verla de nuevo. En el fondo de pantalla del teléfono móvil de mi prima Cristina, se hallaba una imagen la cual era una estrella, solitaria, escoltada por un fondo azul precioso. Ante mi asombro, pues nunca había visto tal detalle, le pregunté el por qué de esa imagen. Se apreciaba algo pixelada, como si hubiera intentado acercarse lo máximo a la estrella para, primero, tocarla, y luego retratarla.
Le pregunté finalmente, y su respuesta, no es que me estremeciera, pues me lo imaginaba, pero sí creó en mí una nueva visión de lo que es la vida. Pensé que al final, siempre se está, si confías tú mismo en las posibilidades de una existencia eterna.

Esa imagen retratada en el teléfono móvil de mi prima, era una estrella que ella había visto durante varios días, siendo la única estrella que se perfilaba en el firmamento de aquellas noches de anhelo contenido y nostalgia inusitada. Las restantes palabras eran el fiel reflejo de una hija que ha sufrido como nadie la pérdida injusta de una madre y la desgarradora tristeza de la separación carnal. Pero a la vez, eran ojos de esperanza pues, segura estaba que aquella estrella, era su madre.

Son tantas las convicciones que surcan nuestros pensamientos todos los días, que la cuasi-experiencia de la vida, nos enseña a distinguir las irreales de las reales. En los ojos de Cristina aquella noche, había seguridad y convicción de que su madre era luz y guía. Sus labios, al contarme lo escrito, eran firmes y rigurosamente concretos en sus palabras. Y sus manos, se agarraban férreas a la seguridad cierta de creer que su estrella, era el faro celestial que iluminaba sus noches.

Esta no es la historia ficticia de un hermoso sueño en el que una hija ve a una madre. Sólo es el perfil real de un amor entre dos personas que nació un siete de Abril de 1991, y que nunca morirá.