El ejemplo a seguir: Sus Manos

Irrevocablemente, a la memoria perdida de los tiempos, me sobreviene la imagen de un samaritano ofreciendo agua al peregrino sediento. Una mano ofrecida, y una sonrisa recibida. Mi mente evoca igualmente el ofrecimiento de un Mesías con su mano, a levantar a una mujer aturdida por piedras que se dirigían a su cuerpo. Él no juzgó su actitud o comportamiento; simplemente, tendió la mano. Esa mano que junto a la otra lavó los pies en la Última Cena para demostrar que servir, es el objetivo de un cristiano.

Son manos que se repiten en una historia concreta. El tiempo, hace el resto para olvidarlo o reforzarlo. Sin embargo, claras evidencias de déficit se están dando en nuestra inmensa actualidad. Excesos de lo malo, y carencias de lo coherente. Ser bueno no es sonreír siempre, sino tender tu mano cuando más se necesita.

Y es que bajo la atenta mirada de unos días de auténtica presión mediática por lo ocurrido, nos estamos olvidando del núcleo existencial de Aquel al que han herido. Ese que sale todas las Madrugás por San Lorenzo para, con sus manos, de nuevo, coger nuestra cruz, de nuevo. Siempre, todos los días y a cada hora, las manos de un Gran Poder, son las que orientan los perfiles de nuestra existencia. Sus manos, idearon nuestro amor.

Salvajadas como la ocurrida, no son más que una muestra de nuestra imperfección. Si al ponerte delante del Gran Poder, te sientes pequeño… el que un hermano tuyo (no olvides eso nunca) haga tal locura, te hace sentir aún más pequeño ante la inmensidad de lo ocurrido. Por suerte o por desgracia, somos ilusos que vagabundean en busca del propio interés y el orgullo. Y eso es precisamente lo que nos hace incapaces de comprender la magnitud del problema.

No nos limitemos a abrirle las puertas a la rabia marchita. Déjale espacio también a la razón y la coherencia que Él mismo nos ha dejado. Muchas veces hemos dicho que la vida es una dura prueba que hay que superar. Y pruebas como ésta, de gran dureza para aquellos que nos postramos ante su portentosa silueta, son difíciles de aprobar. Pero, hermano, si se trata de Él, lo vamos a tener más fácil.

No se trata de argumentar o juzgar el delito de un enajenado mental. Ahora es cuando más hemos de pararnos a mirar lo que nosotros mismos provocamos. Si juzgamos o manchamos nuestra ropa de ira, si blasfemamos con insultos inservibles y ocupamos nuestra mente con pensamientos dramáticos acerca de venganza… más herimos al Señor.
Él mismo ha querido con este suceso, demostrarnos a lo que pueden llegar nuestros actos. ¿Fuerte verdad? Más fuerte es el pensar que volveremos a caer. Pero tranquilo, estamos hablando del Gran Poder de Dios. Y en sus manos ya se halla el perdón hacia el agresor. No hace falta crear metáforas sobre lo que Él ya dijo en la Cruz. Desde aquel momento, sabemos que en cada error cometido, ya se lo está pidiendo a su Padre. No pensemos en un Dios vengativo, y mucho menos apliquemos la venganza entre nosotros. El juicio, no es ahora; todo nos viene después, cuando estemos ante el Altísimo, delante de su eterna mirada compasiva, y nos reflejemos como entes imperfectos.

Si quieres ser lo que para Él debes ser, imítalo en todo. Imítalo en su perdón, y por supuesto, ponte sus manos quitándote las tuyas.
Ojo Hermano; no estoy justificando a este ingrato individuo que muy conscientemente sabía lo que hacía. Sólo hago mención indirecta a lo que nuestro Hermano Mayor, Enrique Esquivias, nos aclara todos los años; las cosas se hacen de tres formas: bien, mal y como las hace la Hermandad del Gran Poder.